Con el corazón
arrugado, entré en la última tienda de la lista. Las palabras me salían cada
vez más débiles, sin esperanza, por el contrario, los ojos delataban cada vez
más la hinchazón del llanto contenido. Cuando la dependienta me confirmó que tenía el
número y el modelo que le pedía, casi me desplomo allí mismo y doy al traste
con mi plan. Abrigué la caja sin envoltorio al amparo de mi pecho, y salí a la
carrera. Un conocido me dejó entrar bajo juramento de no delatarlo. En la
sala dos cajas: una pequeña, la otra grande. Dos cuerpos: uno respirando, el
otro no. Arrebaté los pies a las molestas pantuflas, el frío me recorrió las
manos intentando persuadirme sin éxito. Con cuidado, le coloqué las soñadas
zapatillas rojas y trencé un enorme lazo de seda a la altura de los
tobillos. Al cobijo del silencio de la morgue, miré su rostro. Os juro que me
sonrió, mi abuela me sonrió.
Se me había pasado este!!!!
ResponderEliminarMenuda hazaña para cumplir la promesa. Me gustan tus finales. Vas dando información, y vas hacia adelante sin saber dónde. Y cuando llegas al final, todo encaja perfectamente, como las zapatillas rojas.
Yo también estoy seguro de que sonrió.
Anoder abreis.
Bonito modelo. Excelente la comparación de cajas. Un beso.
ResponderEliminarAnonia