Acecho. Me he situado en el mejor ángulo. Mi campo de visión me proporciona toda la información que necesito. Un leve temblor en la mano izquierda me sobresalta pero consigo dominarlo. Respiro hondo y espero. La primera presa pasa de largo. No me ha visto. Tres cuartos de hora después me palmeo las piernas entumecidas. La impaciencia empieza a dominarme. La sequedad me invade la garganta. Miro hacia el señuelo. Una larga linea inviolada de ejemplares de mi primera novela descansa sobre el estante de la librería, esperando al primer lector, la primera caricia.
Juraría que había comentado. O es que se queda guardado?
ResponderEliminarEstoy segurísimo, pero vamos.
ResponderEliminarDecía que me parecía buenísimo lo de ir a la caza del lector. Te dije que había unos cepos buenísimos para ello. Que lo malo es que son muy fuertes y parten las piernas, pero que para leer no eran necesarias. No recuerdo qué más dije. Pero vamos... Ah, si también: jajjajaja, o algo así.
Un abrazo dominguero.
Yo he sentido esa ansiedad con la primera novela juvenil que ilustré y no me imagino lo que tiene que ser ver una fila de libros engendrados por uno mismo esperando lectores espontáneos.
ResponderEliminarHola Miguel Ángel!
ResponderEliminarDebo de tener algún problema con las entradas pq solo tengo este
comentario tuyo. Ja,ja,ja,ja ... esos cepos...muy bueno...ja,ja,ja
Saludos!
Hola Fernando!
ResponderEliminarPensé en el momento en que la librera coloca los ejemplares en la estantería, se abre la puerta y entran los devoradores de libros, ansiosos de novedades pero ... ¿y el autor? ¿se queda en casa esperando los resultados? ¿desaparece por unos días para no leer críticas? o...le puede la curiosidad y se mezcla entre los clientes ... je,je,je
Saludos!
Mónica me ha gustado, mucho. Me he imaginado ahí, escondido entre los anaqueles de la librería, haciéndome el despistado, recomendando el libro...
ResponderEliminaresos textos que escribimos son como hijos caprichosos, mal criados...
Un abrazo a todos y un besazo -virtual- a Mónica.