5 IN MEMORIAM
Muerto pero mío. He cavado tres hoyos junto a los rosales con mi pala nueva. Encontré unas etiquetas en el despacho de papá y aunque me ha costado mucho he escrito cabeza, cuerpo y patitas. Rescaté a Peludito de la cazuela mientras mamá pedía romero a la vecina. Solo hace unas horas que le puse el nombre. Conteniendo los sollozos, juro que nunca más comeré conejo.
....¿efectos extremos de la crisis?...no hay nada que echarse a la boca, puede ser cruel, que lo es, pero puede ser real, que para algunos lo es.
ResponderEliminarSuerte en otra edición de la Ser, yo tambien lo intento.
Recibe mis saludos.
Qué macabro para un niño. Yo conocí a Pepito, un cabritillo que convivió con nosotros tres días. Por supuesto yo no comí Pepito. Si me senté muchas veces sobre su piel, con la que hicieron un taburete de lo más rústico. Pero claro, no es lo mismo sentarse que comer.
ResponderEliminarUn abrazo, Mónica.
A mi nunca me ha gustado demasiado el conejo, debe ser porque de pequeño acompañaba a mi madre al mercado y en la tocinería (creo) me observaban todos aquellos bichos colgados en ristra, con sus amputadas "patitas" sanguinolentas y sus cuerpos "peladitos".
ResponderEliminartodavía los veo.
Podre Peludito. Hemos vuelto a la infancia y a ese momento cruel en que tocaba reconocer que aquel animalito no era nuestra mascota, era la cena.
ResponderEliminarRecomiendo para estos casos comerse el peluche del niño. No es tan nutritivo pero ...
Suerte Mónica.