Se atusó los restos del bigote,
ajustó su eterna pajarita y disimuló la camisa mal zurcida bajo la vieja
chaqueta de lana con dignidad. Enredado en sus propios pasos llegó tarde al
taller de manualidades. Discutió con dos compañeros por los últimos trozos de
cartulina plateada. Le llevó horas recortar tres estrellas con las tijeras
escolares que temblaban sin remedio entre sus dedos arrugados. Perdió su
orgullo y su estilográfica suplicando
al celador una última visita. En la capilla del asilo se consumían las velas
mientras prendía las estrellas en el pelo de su amada. Era un hombre de
palabra. Se conocieron hacía un mes, en la cola de las pastillas azules. Justo
ayer, le había prometido un paseo bajo las estrellas.
